En apenas unos años, España iba a convertirse en una democracia avanzada, en miembro de la OTAN y de las Comunidades Europeas, pero el 20 de noviembre de 1975 no era un día para ser determinista. “Cuando hablamos de Salamina”, escribe Huizinga, “hay que hacerlo como si los persas aún pudieran ganar”. Y hace hoy 50 años, nadie podía saber quién iba a ganar el futuro en España. Al recordar aquel tiempo, el hispanista Trevor Dadson incidía en una paradoja: si el mundo celebró la Transición española, fue precisamente porque nadie en el mundo tenía demasiada confianza en que la Transición saliese bien. No era una cautela inútil, como se vio, años después, en las transiciones del espacio pos-soviético. Y en la España de 1975 también podían ganar los persas. A Franco le sucedía, según lo estipulado, una Monarquía tradicional, de amplios poderes y alineada con los principios del Movimiento. Y desde su kilómetro cero, la Transición se iba a ver acompañada, sobre un fondo de crisis económica, del ruido de sables y de los bombazos de una ETA que, por ejemplo, saludó el año auroral de 1978 con 65 muertos. Por supuesto que hubo presiones externas y, ante todo, una mayoría interna que quiso poner al país en hora con las democracias occidentales. A la vez, no había certezas como para justificar las esperanzas. Y una España que llevaba siglo y medio surtiendo a Europa de pintoresquismo y anomalías bien podía seguir siendo different un tiempo más.
Ser conservador después de Franco
Scritto il 20/11/2025
La Transición debe mucho al reformismo moderado, pero la derecha solo empezó a seducir a la mayoría electoral en los años noventa, con su conversión liberal